Historia


La fortaleza de Checa y otros asentamientos antiguos.

Resguardados por un palio forestal (obscurus umbris arborum), los Montes Universales y las fuentes del Tajo (la helada fuente de Dirceuna apagará tu sed ardiente y la Nevea, más fría que la nieve) que cantara en el libro primero de sus epigramas el poeta nacido en Bílbilis y buen conocedor del terreno Marco Valerio (Marcial), en Checa tan atractivo es su casco urbano, como la naturaleza que le rodea.

Las primeras pervivencias humanas en esta zona del altísimo Tajo vienen unidas a la naturaleza ya la sonoridad de antiguos nombres de castros, cuyos yacimientos arqueológicos no han sido excavados, pese a haber perdurado su localización hasta nuestros días. Tan sólo Martín Almagro estudió la necrópolis céltica de Griegos, yacimiento relativamente próximo a Checa. De la misma época es la fortaleza conocida por Castil-Griegos, situada en un cerro frente al Aguaspeña o nacimiento del río Genitoris, ya en término de Checa.

Se trata éste de un lugar con un encanto especial el de la pequeña y linda catarata del Aguaspeña (como se conoce al agua despeñada por unas rocas, que en invierno se convierten en chupones de hielo), que particularmente llama la atención por encontrarse frente a un cerro, sobre el que alzan las ruinas de Castil Griegos, minuciosamente descritas por el corresponsal del Diccionario Geográfico-Estadistico-Histórico de España, publicado por Pascual Madoz, en 1845.

"En la cúspide de un cerro redondo y de bastante elevación, de difícil y áspera subida por N. y 0., resguardo por el S. de enormes y elevados peñascos, y accesible únicamente por el E., la circunferencia de la cima del cerro es un cuadrilongo e 17 pies de largo por 70 de ancho circunvalado de un gran foso; en el centro se encuentra el expresado fuerte, del cual aún se conservan trozos de muralla de piedra, muy sólida y con tres varas de elevación y otras tantas de espesor. Sus entradas son dos subterráneas, la una tiene dos salidas formando un ángulo obtuso, y la otra se dirige al interior, hallándose al fin de ésta un foso picado en piedra viva, y vestigios de un fortín para su defensa. Se encuentran muchas bocas o hundimientos, que denotan hallarse minado todo aquel terreno, habiendo entrado diferentes personas por uno de los indicados boquerones, sin que al cabo de dos horas hubiesen encontrado el punto donde termina». Junto al río Hoz Seca, que aporta el principal caudal de aguas al Tajo, se encuentra la Cueva del Tornero, de gran interés espeleológico, por tener sus galerías y ríos subterráneos más de trece kilómetros explorados, por espeleólogos alemanes y españoles haciendo bueno su nombre y su leyenda, ya que todavía nadie le ha visto el final. y es que, como dice el cantar.

El Tajo lleva la fama
y el Hoz Seca el agua.

La morfología y fisonomía de otros asentamientos celtibéricos que existen en su término municipal muestran la importancia de los primitivos poblamientos. En el sitio que llaman los Casares se encuentran la ruinas de un despoblado y al extremo sur en el punto llamado Castillarejos se ven así mismo ruinas de un primitivo poblado; el propio Villarejo y Cubillo en los que quedan menos vestigios son despoblados muy antiguos, reconvertidos después de diez o doce siglos en dehesas para el ganado.

No obstante, la más notable -como queda dicho es la fortaleza de Castil Griegos, por su ubicación privilegiada y muy cercana a la cascada del Aguaspeña, y la primitiva Checa, que también debió estar fortificada en la altiplanicie de su Plaza Mayor, junto a la cascada que desde el mismo borde de la Plaza cae y se precipita por el barranco.

No cabe duda que la primitiva población estaba constituida por un núcleo muy reducido, protegido, por una parte, por los peñascales de arenisca rojiza -que dan carácter a la villa- y, por otra, por el salto de agua, la rinconada del río y algún tipo de muralla que en lo antiguo debió resguarda la plaza sobre la parte baja como un castillo.

El cronista local José Sanz y Díaz se preguntaba -a través de una dudosa etimología o toponimia- si en Checa o, más propiamente, en Castil Griegos estaría la antigua ciudad de Urbiaca (en latín ciudad chica o pequeña urbe), que aparece citada por Tito Livio en sus Anales, asediada en 182 a. C. por el pretor Fluvio Flacco y que el historiador Bosch Gimpera sitúa en el Itinerario de Antonino, entre Cesaraugusta (Zaragoza) y Lezuza (Albacete).

En cualquier caso, ante la falta de localización todavía de esta pequeña ciudad, no cabe duda que pese a su aislamiento en torno a Checa se establecieron hace veinte siglos tribus celtíberas de pastores, posteriormente romanizados, que daban culto en las noche de plenilunio a los seres astrales y que se establecieron junto a aquel salto de agua, que tanto debió llamar la atención de los nativos, en torno al cual se establecieron y fundaron su poblado. De este modo, los tres medios de vida tradicionales: la pastoría de abundantes ganados, la riqueza de los montes y la fabricación de hierro, aprovechando la fuerza del salto de agua, están en el origen y en el devenir de esta población a lo largo de veinte siglos de historia.