Historia


Evolución y crecimiento urbano en el siglo XVIII

Durante el siglo XVII la villa crece y se consolida, como consecuencia de su riqueza industrial y ganadera. En este siglo aparecen como síntoma de prosperidad las ermitas de la Virgen de la Soledad (que debió tener un primitivo porche a su entrada), en la encrucijada de caminos a Molina y Orea, muy cerca del sitio en que el río Genitores entrega sus aguas al Cabrillas; y la ermita del Santísimo Cristo en el extremo sur del caserío. Anteriormente Checa únicamente contaba con la ermita de San Sebastián, erigida hacia el siglo XV muy cerca del nacimiento del río Genitoris y de la que apenas si quedan vestigios.

Será, no obstante, el siglo XVIII el de la expansión y crecimiento, ampliándose el casco urbano hasta alcanzar por las calles de la Soledad, San Bartolomé y de la Fuente, sin atravesar el río, la parte baja de la población, surgiendo el popular barrio, que al no estar enlazado con el casco urbano, quedando un tanto apartado, se le llamó Barrusios.

A mediados del siglo XVIII creció notablemente la población, suscitándose un grave problema de falta de viviendas, como denotan las cifras del Catastro de Ensenada, pues había 217 vecinos y únicamente 177 casas (incluyendo la Casa del Ayuntamiento y otras dos que tenía el concejo: la fragua y una casa sin concluir) y 99 pajares.

Pese a la importancia de la cabaña ganadera, no había ninguna cada de Esquileo, pues cada vecino lo hacía en la suya, mientras que el número de pajares trasluce la dedicación agrícola y ganadera de la mayor parte de la población.

La principal industria era la fábrica de hierro, con su martinete anexo a ella, que aprovechaba la caída de agua de la cascada y que contaba con una docena de operarios. Pertenecía esta industria en propiedad al conde de Clavijo, que la tenía arrendada a D. Juan Franco y Piqueras, vecino de Orihuela de Albarracín, ilustrado, que tenía su propia fábrica de hierro en Orihuela y otras industrias fabriles (la fábrica de vidrio del pajarejo, en Orea, y la ferrería que por aquellos años se construía en el Hoz Seca).

Así mismo había otro martinete para la fábrica de hierro, propio de D. Sebastián García, alcalde ordinario de la villa, en el que no se trabajaba continuamente por la falta de aguas, ya que se hallaba en la parte más baja. Ambas fábricas consumían gran cantidad de carbón proveniente de la cada vez más deforestada Sierra Molina.

Dentro del casco urbano había dos molinos, propiedad del concejo, que tenían el monopolio de la molienda, por no autorizarse ni existir otros en su término. Estaba situado uno junto a la Plaza de la Villa (demolido hace pocos años, por su estado ruinoso, para hacer en su solar un terraza-mirador), que era de balsa, y el del barranco (más bajo, en la calle de los molinos), de presa. También al concejo pertenecía la Sierra de Agua o «sierra sin fin», donde se cortaba la madera utilizando como fuerza motriz el propio río, que estaba arrendada a Francisco Arrazola y Domingo Herranz.

En la segunda mitad del siglo XVIII se principió a explotar una mina de plata, pero se abandonó por su escaso producto. Merece la pena detenernos, al asomarnos a este siglo, en su iglesia, casa principales y plaza mayor, para estudiar el patrimonio arquitectónico de la villa.